No puedo, no puedo con la desesperación,
no puedo con la frustración, me corroe, de verdad siento cómo un desconocido
cáncer se afianza en mis entrañas con un resentimiento horrible, lo quiero
sublimar, lo quiero disolver, quiero decir “bueno, ya pasó” y mi mente me hace
la jugarreta de recordarme una y otra vez el dolor de la frustración. Pareciera
como si no pudiera madurar un proceso de años, es algo que un niño haría, un
berrinche, así lo veo, pero mi interior me rompe por dentro, esto me supera, no
puedo, no puedo y no puedo superarlo, y sí que quiero, finjo superarlo para
sonreír en la calle, pero por dentro me muero, es horrible, hace muchísimos
años que no sentía esto, y no lo recomiendo a nadie. Igualmente no recomiendo
colgarse tanto de los resentimientos, no es ningún placer. Intento encontrar
una razón para superarlo pero me revuelve el estómago hasta salir de esto. Cada
vez que intento pensar positivo, superar la decepción, el resentimiento
gracilmente me causo un dolor interior, es como enterrar algo al rojo vivo, no
se muere, simplemente se queda ahí quemando todo y derritiendo sus derredores.
Así es como se debe crear el famosísimo
Cáncer, sí, esa enfermedad que tiene un origen emocional, así se siente y temo
darle cabida en mi ser. No quiero el cáncer y no quiero el dolor y no quiero
seguir frustrado, desesperado, resentido ni decepcionado. No puedo más. Escribo
esto para intentar sublimar mi dolor, funciona un poco, pero no sé cuál sea la
extensión.
Debo perdonar, pues el resentimiento se
quedará en mí, nunca en el exterior, ni en las personas que me causan el dolor
(nunca sabrán ni les afectará por más que yo les diga realmente el tamaño de
pesar que me causan), por eso debo perdonar, ¡qué difícil! Salir de uno mismo
cuando hay un peso tan grande que te ancla. Es como romperse por completo
cuando uno ya está rasgado del corazón y del alma.
Lo increíble es cómo resurgen todos los
resentimientos antiguos, salen imágenes que parecían borradas por el tiempo de
personas y momentos dolorosos, de otras decepciones, de otras frustraciones. La
mente se encarga de alimentar ese Cáncer. ¡Que horrible! Y quiero gritar
“¡Fuera de mí, fuera de mi sistema ahora mismo! Yo no soy resentimiento, nunca
lo he sido y nunca lo seré”.
Espero con ansia una palabra ajena, un
abrazo de confort, una situación de cambio que me saque de mi lugar de
perdición porque al parecer solito no estoy pudiendo. Y trato de enfrentarlo
tanto como puedo, para no cubrirlo y culrivarlo, para enfriarlo a mano,
para que cicatrice al aire libre, pero tarda, no es rápido y es peligroso el
poder de la mente para avivar en lugar de apagar el fuego. El temor se suma al dolor
y me quedo envuelto en una vorágine monstruosa de perdición, de tristeza, de
amargura, de dolor… no puedo, no puedo más.
Pido a Dios su ayuda, yo solito no puedo,
pido a los ángeles su inspiración, su alegría, su luz, porque yo no estoy
pudiendo resolver solo este pasaje. Imploro la expulsión de la oscuridad que se
empeña en nublar mi mirada. Quiero ver la luz y realmente me doy cuenta de que
todo este tiempo Dios sí me toca, me habla y me sostiene, reconozco las señales
inequívocas de que Dios no quiere que me pierda, es la oscuridad la que
pretende engañarme y se aprovecha de que me tiene enganchado para hacerme
sufrir. Pero sí he visto la luna como nunca, he sentido el amor de mi familia
como nunca, he escuchado risas dulces como nunca, he vislumbrado un atisbo de
reconocimiento de otros como pocas veces, he soñado con los mismos ángeles, he
sentido en mi cuerpo el abrazo Divino, he saboreado las maravillas de la
creación, he respirado sanamente… Ahora que lo veo, sí es verdad. Dios sí me
ayuda. No estoy solo. Es mi necedad y mi
debilidad ante esa oscuridad que me dañan, pero por eso pido ayuda, y sí, Dios me
da su ayuda a manos llenas, es increíble. Gracias Dios. Gracias.