Hablar sobra aspiraciones siempre puede tomar dos
vertientes: una esperanzadora, llena de luz con testimonios sobre lo que el
poder del ser humano puede lograr si se enfoca y se tiene disciplina y otra es
la de lo que pudo ser, la eterna queja de cómo no se logró lo que se esperaba,
de que la vida es engañosa y que lo que se aspira debe estar enmarcado en las
propias posibilidades y nunca volar más algo de lo posible, o la caída será
dolorosa.
Hoy me observo a mí mismo y me encuentro ante un reflejo
lleno de ambas, contradicciones que se fortalecen mutuamente y se enganchan no
queriendo soltarse, una conexión añeja que se ha solidificado y no sé como
liberar, pues efectivamente prefiero vivir en un eterno "it gets
better" día a día, lo he vivido y lo he comprobado, es simple cuestión de
actitud. La actitud hace el gran cambio, la gran diferencia en los resultados
finales. Pero también veo la mancha en este referido reflejo de una esperanza
inválida, la eterna sensación de que no soy valioso, que no merezco, que no
debo ser, que mi lugar es haciendo y sin ganar; esto es probablemente por una
mezcla educativa cristiana de servicio y sacrificio, pues siempre he tenido y
actuado con la convicción de nunca ganar, y siempre servir, (porque ganar es
ambición y ambición es pecado y porque servir es una vocación). Hoy sé, incluso
por Dios mismo que me habla día a día en voz, señales e ideas que no es malo
tener ambición, lo malo son las actitudes de soberbia y minusvalorar a los demás,
pero bueno, ya estoy "mal educado" en ese rubro. Y como creyente de
que la ambición es mala, de que debo ser humilde y comprobarlo no ganando nada,
saboteo mis sueños logrando todo lo que quiero pero sin obtener nada a cambio,
y aceptándolo así. Soy un mediocre del éxito, me reconozco un talentoso ser,
realmente merecedor de grandes fortunas y reconocimientos, y me conformo con
nada, ni siquiera "algo", ¡simplemente nada!, y sufro y sufro, pero
me quedo, no exijo más, simplemente sigo trabajando y creando y vaciando mi
poder y talento para servir…
Ahora Dios me ofrece la nueva opción, ya puedo ganar, ya
puedo exigir ¡y no es pecado!, no es vanidad ni abuso, es simplemente justo, en
realidad siempre lo fue pero es que no lo sabía. Y ahora con la nueva visión,
miro mi propia vida hacia atrás y descubro todo lo que hice que no fue
justamente valorado y que parece disuelto en el camino de la vida: logré mover
muchas vidas, cambié muchos destinos, todos para bien, gracias a Dios, pero no
tengo crédito alguno y me estoy casi muriendo en la desesperación, en la falsa
miseria, y no obtuve nunca nada de todo lo que dí. Pensaba que era más mérito
dar y que el premio sería mayor al final. Y así es. Pero mientras tanto la
recompensa ya puede cobrarse, pues la abundancia del Universo no limita los premios
ni en tiempo ni cantidad. Se puede cobrar MUCHO y SIEMPRE. Ahí está la cuestión. Lo sé, lo
veo, lo comprendo, lo escribo, lo digo y así me re-educo para aplicarlo a mi
vida, es todo un proceso, pero debo hacerlo, porque si no me moriré sin lograr
mis sueños, sin alcanzar mis aspiraciones. La humildad nunca debe atentar
contra el propio ser. Debemos amarnos y respetarnos, ahora sé cuán importante
es valorarnos y valuarnos: saber cuál es nuestro valor y nuestra valía, como
personas y como generadores. Sin eso el alma se vacía. No se puede dar si no se
tiene y no se puede tener si no se recibe o si uno mismo no se permite recibir.
Ahora me lo permito y me lo exijo, solo lo justo: la abundancia. Porque
lo merezco. Porque tan alta vida espero… que ya la quiero.
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