lunes, junio 18, 2012

Hablar sobre aspiraciones y sueños


Hablar sobra aspiraciones siempre puede tomar dos vertientes: una esperanzadora, llena de luz con testimonios sobre lo que el poder del ser humano puede lograr si se enfoca y se tiene disciplina y otra es la de lo que pudo ser, la eterna queja de cómo no se logró lo que se esperaba, de que la vida es engañosa y que lo que se aspira debe estar enmarcado en las propias posibilidades y nunca volar más algo de lo posible, o la caída será dolorosa.

Hoy me observo a mí mismo y me encuentro ante un reflejo lleno de ambas, contradicciones que se fortalecen mutuamente y se enganchan no queriendo soltarse, una conexión añeja que se ha solidificado y no sé como liberar, pues efectivamente prefiero vivir en un eterno "it gets better" día a día, lo he vivido y lo he comprobado, es simple cuestión de actitud. La actitud hace el gran cambio, la gran diferencia en los resultados finales. Pero también veo la mancha en este referido reflejo de una esperanza inválida, la eterna sensación de que no soy valioso, que no merezco, que no debo ser, que mi lugar es haciendo y sin ganar; esto es probablemente por una mezcla educativa cristiana de servicio y sacrificio, pues siempre he tenido y actuado con la convicción de nunca ganar, y siempre servir, (porque ganar es ambición y ambición es pecado y porque servir es una vocación). Hoy sé, incluso por Dios mismo que me habla día a día en voz, señales e ideas que no es malo tener ambición, lo malo son las actitudes de soberbia y minusvalorar a los demás, pero bueno, ya estoy "mal educado" en ese rubro. Y como creyente de que la ambición es mala, de que debo ser humilde y comprobarlo no ganando nada, saboteo mis sueños logrando todo lo que quiero pero sin obtener nada a cambio, y aceptándolo así. Soy un mediocre del éxito, me reconozco un talentoso ser, realmente merecedor de grandes fortunas y reconocimientos, y me conformo con nada, ni siquiera "algo", ¡simplemente nada!, y sufro y sufro, pero me quedo, no exijo más, simplemente sigo trabajando y creando y vaciando mi poder y talento para servir…

Ahora Dios me ofrece la nueva opción, ya puedo ganar, ya puedo exigir ¡y no es pecado!, no es vanidad ni abuso, es simplemente justo, en realidad siempre lo fue pero es que no lo sabía. Y ahora con la nueva visión, miro mi propia vida hacia atrás y descubro todo lo que hice que no fue justamente valorado y que parece disuelto en el camino de la vida: logré mover muchas vidas, cambié muchos destinos, todos para bien, gracias a Dios, pero no tengo crédito alguno y me estoy casi muriendo en la desesperación, en la falsa miseria, y no obtuve nunca nada de todo lo que dí. Pensaba que era más mérito dar y que el premio sería mayor al final. Y así es. Pero mientras tanto la recompensa ya puede cobrarse, pues la abundancia del Universo no limita los premios ni en tiempo ni cantidad. Se puede cobrar MUCHO y SIEMPRE. Ahí está la cuestión. Lo sé, lo veo, lo comprendo, lo escribo, lo digo y así me re-educo para aplicarlo a mi vida, es todo un proceso, pero debo hacerlo, porque si no me moriré sin lograr mis sueños, sin alcanzar mis aspiraciones. La humildad nunca debe atentar contra el propio ser. Debemos amarnos y respetarnos, ahora sé cuán importante es valorarnos y valuarnos: saber cuál es nuestro valor y nuestra valía, como personas y como generadores. Sin eso el alma se vacía. No se puede dar si no se tiene y no se puede tener si no se recibe o si uno mismo no se permite recibir. Ahora me lo permito y me lo exijo, solo lo justo: la abundancia. Porque lo merezco. Porque tan alta vida espero… que ya la quiero.

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